Estelle tenía diciesiete años y ganas de conocer lo que era el amor de verdad. Había conocido a un par de capullos que le habían lastimado un poco el corazón, pero nunca les había dado demasiada importancia. Un día que nevaba y las estrellas habían salido antes de tiempo encontró un viejo diario roto en el trastero de su casa. En la tapa había una estrella ya casi borrada por el paso de los años. Sus dedos temblaban pero no pudo evitar la curiosidad de abrir y empezar a leer.
"(...) es esa sensación de que todo gira entorno a algo
que nunca habías creído posible. Y no me creo
capaz de mirarle a la cara y no sonreír como una tonta".
capaz de mirarle a la cara y no sonreír como una tonta".
Estelle sonrió de una manera muy infantil y empezó a creer en los amores de verdad. Los había soñado miles de veces pero nunca había besado a un chico. Aunque tampoco tenía mucho interés porque estaba muy ocupada en el grupo de matemáticas avanzadas. Estelle era una soñadora innata y tocaba el piano.
Estelle se dio cuenta de que nunca encontraría a nadie que la quisiera tanto como ella. Porque, razonó, el amor que le doy yo a alguien es inversamente propocional a las ganas de él de verme, que elevado a equis da todas las palabras que él nunca me dirá y multiplicado por 6 da todo lo que yo me callaré. El resultado final, será, por supuesto, un corazón roto y unos decimales que ya nadie recordará...