Sobretodo porque una vez me dijo que no importaba lo lejos que estuviéramos, porque siempre estaríamos debajo del mismo cielo. Me lo creí, por lo menos durante un tiempo. Y después las cosas se complicaron, porque yo veía que iba cumpliendo mis sueños pero que él no estaba a mi lado, y eso significaba que una parte de mi se había ido con el que meses atrás había sido mi sonrisa favorita. Y por eso a veces tenía miedo de mirar a los ojos de la gente, porque temía encontrar esos
ojos de gato en la cara de alguien más, y el problema sería entonces, porque no sería él a quien estaría mirando. Porque me aterraba la idea de imaginar que hubiera alguien más que, después de todo, pudiera volver a hacerme sonreír con la misma intensidad (
o más) sin ni siquiera quererlo. Y por eso cuando andaba por la calle procuraba evitar cualquier contacto visual y me centraba en el suelo. Cuando iba por la calle me encantaba mirar al suelo porque ya nadie lo hace, y a veces te encuentras cosas que ni esperas. Y un día, después de muchos meses, levanté la mirada y encontré unos ojos de gatos idénticos. No eran los suyos ni mucho menos:
eran mejores. Estaban llenos de ilusión, y aunque apenas pude aguantar la mirada supe que el destino, o las casualidades, los habían puesto ahí. Y por una vez me dije a mi misma que cuando el universo conspira para que consigas algo, debes aprovecharlo. Y verle sonreír es encantador.
(horas y horas y no me canso de ti)