lunes, 22 de junio de 2009

Mentiras a medias (Primera parte)

Mentir es demasiado fácil. Quiero decir, mentirte me resulta demasiado sencillo, amor. No sé porqué. Podría decirte que no, pero te estaría mintiendo otra vez. Es como un círculo (que gira y gira y por mucho que quieras saltar nunca lo vas a hacer, y lo sabes). Tú aun estás tocando el piano cuando ella se va. Y entonces respiras aliviado. Cierras los ojos y sigues deslizando tus dedos lentamente por cada tecla, disfrutando de cada sonido. Los oyes, los sientes. Dejas de tocar el piano en cuanto el reloj marca las doce de la mañana, para entonces tú ya estás con las llaves en la mano y la bufanda al cuello. Abres la puerta y sales. La cierras. Bajas las escaleras pensando en los aviones que deben estar despegando ahora mismo.

Sales del portal de tu casa, sonríes amablemente al señor que vende el periódico delante de tu casa. Andas. Andas lento, disfrutas del aire que choca contra tu cara. Es como si te clavaran mil agujas, aun así te gusta. Lo disfrutas. Sigues andando cuando de repente un niño se te cruza y recuerdas que tú también fuiste así algún día. Alguien sin preocupaciones. Le sonríes mientras le recoges la pelota roja que se le ha caído a la carretera. Maldita sea, te duelen los huesos. El niño te sonríe y tú te das por pagado, además sigues tu camino.

Miras el reloj, son las doce y doce minutos. Queda poco, doblas una esquina y ves el café. El mismo café de siempre, al que vas cada día. Entras por la puerta al mismo tiempo que te estás quitando la bufanda. Miras tu reloj, las doce y catorce. Y cuarenta segundos. A tiempo –como siempre-. Me miras y te acercas. Primero, pero, saludas al camarero. Acercas tus pasos hasta que te estás sentado en frente de mí. Me miras un rato, siempre lo haces. Después te acercas y posas tus labios en mi mejilla izquierda.

- Estás preciosa.

Me sonrojo, como siempre. Nunca me voy a acostumbrar a que me digas esas cosas, ya lo sabes. El camarero viene y anota lo que pedimos. Un te verde para mi, un café con leche para ti. Nos miramos a los ojos. Nuestra conversación de todos los días vuelve a empezar.

- Gracias –respondo, con una amplia sonrisa en mi cara y las mejillas rojizas -¿dónde ha ido ella hoy?
- Al hospital de niños, a ayudarlos –me contesta, mientras juguetea con mis dedos por encima de la mesa.
- Es maravillosa –contesto.
- La verdad es que la adoro. La quiero.

Me callo porque tampoco sé que decirte, por alguna extraña razón hay veces en que, sin quererlo, llegamos a un punto muerto de la conversación y entonces creo que el mundo se para y que tú estás lejos de mi. Pero entonces me rozas las mejillas con tus manos y entiendo que tú estás aquí, a mi lado. El camarero nos deja las cosas en la mesa pero tú sigues con tus manos en mi cara y yo con mis ojos en tus ojos. Estamos felices.

Nos damos cuenta de que tenemos las cosas en la mesa cuando tu giras un momento la cara para mirarte los zapatos. Los llevas desabrochados (otra vez). Nos tomamos las bebidas mientras seguimos hablando de tus hijos. A la una en punta salimos del café. Me coges de la mano y suspiró aliviada. Seguimos andando por la ancha avenida y giramos a la izquierda. Ya sabes, ahí está nuestro sitio. Me aprietas la mano y respiras fuerte. Para cuando te quieres dar cuenta ya estamos ahí. Te agachas para coger las llaves debajo de la alfombrilla. Abres la puerta del pequeño almacén y nos damos cuenta de que cada día está más sucio. Abres la puerta haciendo una presión considerable y te adelantas tú, para encender las luces. Ahí está. Justo en el momento en que has encendido la electricidad ha empezado a dar vueltas con esa música. La compusiste para mí y aun me sigo estremeciendo cada vez que la escucho.

Me tiendes la mano para que te la coja y me ayudas a subir al tercer caballo. Cuando estoy arriba me dices que ojalá todo fuera siempre así y yo vuelvo a estremecerme con tus palabras. Y todo empieza a girar. Cierro los ojos mientras apoyo mis manos en la cabeza del caballo. Damos unas vueltas… supongo que he estado dando vueltas unos cinco minutos. Lo paras y me tiendes una mano para ayudarme a bajar, se me escucha decir gracias. Después nos tumbamos en esa vieja cama de matrimonio y solo está encendida una pequeña lamparita al lado de ésta. Nos quedamos mirando cara a cara y tú estás jugando con mi pelo. Adoro que hagas eso, no lo sabes todavía. Después bajas tus manos hasta que encuentras mis manos y comenzamos a entrelazar nuestros dedos. Jugamos a eso, se nos pasa el tiempo volando. Estamos así tres horas. Tres horas enteras. Pero me saben a poco…

Miras tu reloj. Seguidamente me miras, me das un ligero beso en los labios. He entendido, entonces, que es hora de irnos. Me levanto haciendo algunos esfuerzos y me pongo la chaqueta que me he quitado horas atrás. Miro el carrusel por última vez y suspiro. ¿Aun te acuerdas? Me lo regalaste cuando cumplimos diez años de estar juntos… y yo entonces era simplemente tan feliz. Lo que más me gustó, y lo sabes, es que lo construiste tu solo. Sin ayuda de nadie. Solo para mí. Te quiero.

- ¿Nos vamos?

Dices eso mientras me lo susurras a la oreja y yo te miento diciéndote un “cuando quieras” pero sabes bien que me quedaría contigo ahí toda una vida. Nos volvemos a coger de la mano y tú cierras las luces y cierras la puerta con llave. La dejas donde siempre. La llevamos dejando ahí durante más de 120 meses. Durante más de 3650 días (y aun me sigue haciendo la misma ilusión levantar la alfombrilla y ver que está ahí). El frío de la calle nos congela enteros. Al llegar al final de la esquina me encaras hacia a ti y te me quedas mirando. Sonríes.

- Hasta mañana, cariño. – me dice.
- No creo que pueda aguantar –digo mientras me muerdo el labio inferior.
- Hazlo por mí… -juega con mis manos y el frío desaparece.

Le sonrío aun sabiendo que le podría comer ahí mismo. Me lo ve en la cara, se lo percibo. Me levanta la cara y me vuelve a besar en los labios. Es un roce. Sólo un roce. Entonces se aprieta los botones de la chaqueta y me dice adiós. Yo me quedo observándole un buen rato hasta que desaparece entre la multitud y entonces suspiro, río y me doy la vuelta. Meto mis manos en los bolsillos para resguardarme del frío y me voy hacia mi casa.

Ando y me confundo entre la gente. Giro la cara cuando me doy cuenta de que estoy delante de la puerta de mi hogar. Entro en casa y mi hijo pequeño se me tira encima. Ha aprobado el examen de música. Le abrazo. Dejo mi bolso en la entrada y mi marido me recibe con un efusivo beso y un abrazo gigante. Para cuando entro en el salón la comida ya se me han quitado las ganas de comer.

- Cariño –digo jugando con su corbata- voy a tumbarme que me encuentro mal.

4 comentarios:

  1. el no saber que parte de tu vida es una mentira:
    si la cotidiana que te hace 'feliz' o el amor imposible que es solo un sueño...
    a veces hace que la misma vida se sienta como una pelicula.

    me encanto
    saludos

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  2. Me encanta todo lo que escribes y este especialmente me gustó bastante, Jud. <3

    A mí Camilla... gfshgtfsh. No la trago. Y no porque sea novia de Joe Jonas si no porque no sé xD nunca me cayó bien... sin embargo Taylor, Chelsea <3~ jajajaja.

    :**

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  3. Tienes una maravillosa forma de narrar muy novelesca, muy madura y muy simpatica

    Cosa que no se lee siempre a no ser que sea en un libro...

    Esperarè el prox capitulo y esperarè que algun dia decidas publicar

    saludos

    andrès

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  4. Mis aplausos. Me has dejado aturdido, nunca había pensado en tener vidas paralelas. Me vas a tener reflexionando un rato, haha.

    Un besito.

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