viernes, 29 de mayo de 2009

It's too late to apologize (parte II de III)

* * *
- ¿Y tu nombre es…? –dijo él.
- ¿Para qué quieres saberlo?
- ¿Para qué quieres saber el por qué quiero saberlo? ¿Te intereso? –dijo, chulito.
- No digas tonterías. No le voy a dar mi nombre a un desconocido ¿eh?
- Kevin –sonrió- así que, lo siento… ya no soy un desconocido.

Ella sonrió tímidamente, él había sido muy rápido y muy listo (aunque adoraba más su parte rápida). Le dijo su nombre, por supuesto. Y ambos sonrieron al mismo tiempo.


* * *

Mis ojos tenían lágrimas y el cansancio empezaba a pesar. Me empecé a quedar dormida, mis ojos se iban cerrando. Al despertarme estaba empapada de sudor, lo odiaba. Me levanté y me puse ropa de ir por casa, no tenía intención alguna de salir de mi piso en todo el fin de semana. Él adoraba quedarse todo el fin de semana en casa sin salir y me enganchó todos sus vicios. Desde jugar al póker hasta querer.

* * *

- ¿Lo dices en serio? –dijo él, desafiándome.
- Sí, lo digo en serio. Además, no lo veo tan extraño…-contesté.
- ¡Venga ya! ¿Tengo que utilizar mi tiempo para enseñater a jugar al póker?
- No tienes por qué hacerlo… -contesté. Me miró firmemente, rió ligeramente.
- Tienes ganas de besarme –dijo él. Sonreí, burlona.
- Te lo tienes demasiado creído, además, no es cierto –soné tranquila- y acabarás besándome tú primero.
- ¿Estás segura? – me desafió de nuevo-.
- No. No estoy segura de nada. Ni del día en el que estamos. Me miró fijamente, se quedó anclado en mi rostro.
- Estamos a día 3 –se acercó a mi y me besó en la mejilla- del mes de octubre – me tomó la cara y me besó muy cerca de mis labios, casi rozando- del año dos mil cuatro –sus labios se posaron sobre los míos.

Dejamos las cartas a un lado y lo abracé. Lo abracé como no había abrazado a nadie en mi vida.

* * *

Me acuerdo de cuando me regaló su respiración y yo le regalé mi espalda. La hice mía, la gasté. Se la robé un par de veces, siempre que le callaba a besos. Pero él ya no estaba, se había ido sin ni siquiera decir adiós. Me levanté hacia la cocina y cogí un vaso. Me puse un poco de agua del grifo y la bebí. El timbre sonó.

jueves, 21 de mayo de 2009

It's too late to apologize (parte I de III)

Estaba sentada en esa calle; la última que vimos juntos, la del adiós. Sentada en el suelo recordaba todo lo que habíamos pasado juntos; desde el tercer beso hasta el último. El primer te quiero y la primera discusión. La primera vez que le cogí la mano.

Respiré profundamente y me levanté del suelo. Cogí mi bolso y me dirigí a la parada del autobús, ese día ya había sido suficiente. Le di mi billete al conductor y me senté otra vez. Apoyé mi cabeza en la ventana. Parecía mentira que todo hubiera empezado unos meses antes en ese mismo autobús. Número 47, matrícula B 3861 JC.

* * *
- Lo siento muchísimo.

Un chico de rizos graciosos y la sonrisa perfecta se disculpó a la chica tan pronto como la vio. Había tirado, sin querer, todos los papeles que llevaba la chica en su carpeta. El autobús estaba a punto de llegar a la parada de ella, y tenía muy claro que ese, había sido el peor día de su vida.
La chica se puso a recoger papeles, él la ayudó. Sus manos se rozaron ligeramente y ella se estremeció.

- Tranquilo… no… no pasa nada –dijo ella bajito.

* * *

No quería. Maldita sea, yo no quería. Todo había sido un malentendido. Uno que él entendió bien. Nosotros encajábamos. Simplemente eso. Éramos como un puzzle, nuestras personalidades eran similares. Diferentes. ¿Qué más da? Nos queríamos y eso es lo que importa. El autobús había llegado a mi parada. Bajé y me dirigí a mi piso, que quedaba justo en frente. Subí por las escaleras. A él le aterrorizaban los ascensores y me pegó ese miedo. Metí las llaves en el agujero y las giré. Me tiré al sofá.

Han pasado ya dos semanas desde que él se fue y yo aun sigo pensando que aparecerá en cualquier momento por la puerta con una de esas flores que me traía. Aunque ahora me daría igual que entrara con un cactus, porque solo me importaría él. Y estaría feliz. Muy feliz.

Ojalá todo fuera tan fácil como decir tu nombre. Empecé a llorar. Kevin. Kevin se había ido y me había dejado sola. En medio de esa multitud en la que yo no soy nadie, no sin él. Lo echo de menos ¿vale? Lo echo de menos. De nada ha servido que lo niegue, porque nadie me cree. Es demasiado absurdo. ¿Absurdo? Según tú la vida era absurda, y yo te daba la razón. Y además te dije que conquistarías el mundo, y tu solo me dijiste que te conformabas con conquistar el mío. Y me lo creí, al menos durante un tiempo.

viernes, 8 de mayo de 2009

Las últimas discusiones acabaron contigo.

Y lo sabes. No voy a contarte nada que no te hayan dicho antes. No estoy pensando en nada pero a la vez estoy pensando en todo. Eres como el chico al que le gustaba tocar el piano y gritar. Podía tocar el piano sin gritar, pero, sin embargo (y con todas las contradicciones del mundo) solo podía gritar si estaba tocando el piano. Bueno, tu eres una contradicción. Te contradices a tí mismo, o a mí misma, depende del horario que prefieras. De siete a cuatro es a tí, de cuatro a cuatro es a mí (¿te has fijado? otra contradicción).
Eres una lista de lugares, una calle transitada, una sonrisa tímida en los labios de un vagabundo. Eres un teléfono de contrato, un gato que espera a su gata en cualquier tejado, una estrella que brilla todo el día. Supongo que de todas las contradicciones del mundo tú eres la más (o menos, depende de como se mire) diferente. Diferente en sentido bueno, en el sentido de las agujas del reloj.
Te perderías contigo en cualquier parte. Te irías a Turquía, a Vietnam tal vez. Siempre quisiste viajar a los países con iniciales del final del abecedario. ABC. XYZ. Es el principio del final. Empezamos terminando. Es curioso como en cualquier momento el tiempo se para y nosotros sonreímos, y lo hacemos con gusto, porque estamos aprendiendo. Estamos aprendiendo de todos los finales de los siglos que han venido antes de los nuestros. De todos. No nos olvidaremos ni de uno.
Escribimos juntos en cualquier banco de esos en dónde te sientas y ni siquiera miras si hay algo, porque al fin y al cabo nos da igual, porque estamos cansado. No hay nada mejor para el cansancio que un banco. O un sofá. O un abrazo. (O perderte por algún lugar donde no tengas ni hotel, ni itinerario, ni idea de dónde estás en este momento o estarás el siguiente).