viernes, 25 de septiembre de 2009

¿Recuerdas qué fácil era todo?

A día de hoy yo todavía no lo he olvidado.
Tienes las cartas tiradas a un juego al que ni siquiera decidiste jugar. Y no te entiendes a ti mismo cuando lo único que necesitas es un abrazo. Solía pasarme como a ti; hasta que entré en razón y comprendí que muchas veces sólo bastaba una sonrisa para arreglarlo todo. Una sonrisa sincera. Ya sabes... de las que tú nunca utilizaste. De las que ni siquiera te acuerdas porque siempre mirabas en otra dirección cuando yo pensaba que ambos mirábamos en la misma.
Todavía recuerdo el abril de hace dos años cuando nada parecía poder ir mejor. Qué tonta soy, ostias. Tenías la sonrisa rota de tanto mentir y yo intentaba recomponerla trozo a trozo, intentando no dañarte para no dañarme a mi también.
No hay nada que me ponga más nerviosa que no poder escribir algo decente. ¿Adivinad? Estoy nerviosa.
Guárdate tus promesas para quién te crea...

domingo, 13 de septiembre de 2009

C'est la vie

Porque podría habértelo dicho pero habría sido un suicidio.

Tomé un aire y pensé que eso no podía ser tan difícil. Bueno, en realidad lo era y mucho. ¿Qué se suponía que estaba pensando? ¿Qué era eso que sentía? Le miré a los ojos con ilusión pensando que a lo mejor él podía sentir lo mismo. Solo buscaba mi oportunidad entre ese millón de posibilidades.

Un trueno retumbó todo el cielo y pequeñas gotas de agua empezaron a caer del cielo, aumentado la intensidad de las gotas a una velocidad increíble. Para cuando quise darme cuenta las gotitas caían con tal fuerza que me hubieran podido perforar el corazón. Pero ya lo estaba.

Le miré directamente a los ojos, sabía que era su punto débil. Su cara estaba empapada. No me importó demasiado. No sé exactamente el tiempo que nos quedamos mirándonos pero seguro que es más del que recuerdo. Acerqué temblando mi mano hacia su cara: el miedo al rechazo era peor que no habérselo dicho nunca.

La posé en su mejilla, esperando y deseando casi con una fuerza que no tenía que no me la apartara, que me la acariciara y me contestara lo que tanto deseaba oír. Pero para ilusa yo.

La calle estaba desierta. Estábamos en medio de la carretera y la lluvia ya era terriblemente intensa, aun así la seguí amando. Aparté un momento la mirada para tomar un respiro y después volví a mirarle a los ojos. El no entendía nada pero estaba seguro de que lo entendería dentro de poco.

Acerqué mi otra mano a su estómago, sabía que eso le tranquilizaba así que lo hice. Y lo haría mil veces más. Y nunca me cansaría.

Intenté decir algo pero los nervios me jugaron una mala pasada. Y él solo me miraba con cara de no entender nada. ¿Era posible que todavía no lo hubiera entendido?

Tenía que decírselo, no aguantaba más. Y hablé.

- Te preguntarás porque te he hecho venir –me quité con la mano las gotas de mi cara- y realmente ahora podría decirte alguna cosa como “tenía que darte un libro” pero no sería verdad, y ya sabes que yo no te quiero mentir…

Él se mordió el labio inferior.

- Y también te preguntarás porque llevamos 10 minutos bajo la lluvia sin decir absolutamente nada –me tiré el pelo a un lado- pero te lo voy a decir…

Cogí aire y me dispuse a decírselo.

- No entiendo cómo ni por qué pero… -dudé- te quiero.

Su cara era un mapa. En serio. Nunca me gustó esa expresión pero era exactamente eso. Un mapa. Me dispuse a explicárselo todo.

- Yo en realidad nunca había querido a nadie como te he querido a ti. Supongo que estar contigo todo este tiempo me ha servido para darme cuenta de que tú eres la persona con la que quiero estar. Es decir… -reí- si tuviera que estar con alguien muy probablemente sería alguien como tu. Y yo no quiero. No quiero estar diciéndotelo porque eso significa que te estoy diciendo mi mejor secreto, pero tu ya los sabes casi todos.

Me miró extrañado.

- Con esto no te pido que dejes a tu novia ni nada, sé que no lo harás. Es solo que no aguantaba más viéndote cada día. Que me moría cuando me regalabas una de tus sonrisas. O cuando me rozabas la cara o entrelazabas tus dedos con los míos –volví a reír estúpidamente-. Solo quería que lo supieras.

Me abalancé sobre para abrazarlo y el respondió. Y nos quedamos abrazados durante dos minutos. Pero me supieron a poco. Le miré con cara de cómplice y me alejé. Mientras me alejaba pensaba en lo complejo que todo había sido. Él, mi primer amor.

Nunca lo entendí (y creo que a día de hoy tampoco lo he entendido del todo). Él y yo nunca volvimos a hablar. Un tiempo más tarde conocí a otro chico. Pero mentiría diciendo que no pensaba en él cuando estaba con el segundo. Que me imaginaba que era él el que me tocaba, el que me susurraba a la oreja, el que me decía “te quiero”. Nunca dejé de imaginarme ni por un día que tú podrías aparecer por la puerta diciéndome que tú también me querías. O que no. Pero de eso me enteré después…

C’est la vie. Pero nunca te lo quise decir…

martes, 8 de septiembre de 2009

O regresas o quédate.

Él pudo darle a entender en cualquier momento que ella era solo un juego. Solo un minuto. Solo un estado de ánimo. Pero no lo hizo y sólo él sabe por qué. En realidad la quería.

Eran las 6 de la tarde del 29 de octubre. El cielo estaba oscureciendo y ellos sólo se miraron. Sólo eso. Estaban a dos metros de distancia pero parecía que estaban el uno delante del otro. Ella se mordió el labio inferior, dándole a entender que le necesitaba. Qué triste era que ella se hubiera enamorado perdidamente de él cuando él solo la quería como a Lucía “la prostituta del barrio Norte”.

Él se humedeció los labios y la miró con mirada de tiburón.

- Yo… bueno, yo lo siento…

Él la comprendió… él también estaba arrepentido. -

- Yo lo siento aquí dentro –dijo tocándose la parte izquierda del pecho- siento que sólo late porque tú lo haces latir. Yo lo siento aquí –esta vez se tocó la cabeza- porque se me enredan las palabras cuando te quiero decir cualquier cosa. Y yo lo siento aquí –se tocó los dedos de las manos- porque cuando te acercas me tiemblan.

Él chico se quedó callado y una fina capa de lluvia empezó a impactar sobre ellos dos. A él le encantaba la lluvia, y a ella sólo le encantaba porque sabía que a él también. Eso de que te agrade algo solo para compartir más cosas con alguien. Todos lo hemos hecho.

- Yo… yo te quiero. La chica se enrojeció rápidamente y bajó la cabeza en dirección al suelo. Él sólo la miraba y estiraba los dedos de las manos.

- ¿Estás loca?
- ¿¡Eh!?

Un tremendo silencio se interpuso entre los dos y él sólo pensó que todo se estaba yendo a la mierda. Le jodía demasiado que sólo ella supiera cómo era en realidad. Que solo pudiera ser el mismo con ella. Que la única persona en el mundo que lo entendía fuera una puta.

- Estás loca si estás enamorada de alguien como yo. No te convengo.
- A mi me da igual que no me convengas. Yo solo quiero estar contigo.
- Te voy a herir –dijo, quitándose el agua de su frente.
- Por ti me dejaría herir una y mil veces.

Qué tonto era decir que te dejarías herir por alguien una y mil veces. Eso no es ser sincero y mucho menos inteligente.
- Estás tonta, de verdad. Será mejor que dejemos de vernos.

Sólo pensar que no le volvería a ver le rompía el corazón.

- No. Yo te quiero ver todos los días de mi vida. Todos, sin excepción. - Todos los días de tu vida son muchos. - Ya, pero no me importa. No me importa porque te quiero. Porque estoy enamorada de ti. Porque me haces querer ser mejor persona. Yo siempre pensé que enamorarse era… pues una cicatriz del destino. Y tú eres mi cicatriz preferida.

El chico hizo ver que pensaba algo pero en realidad no pensaba nada. La miró, se acercó y la besó muy ligeramente en los labios. Ella cogió su muñeca y lo separó.

- ¿Qué significa esto? –preguntó la muchacha.
- Quiero que seas la cicatriz más grande de mi vida.

Volvieron a besarse, esta vez con más intensidad y ganas. Y con más amor. Al fin y al cabo, quererse, es solo otra manera de decir adiós.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Abril del 97

Qué jodidamente difícil es enamorarse. Lo pasas mal. Demasiado mal. Pero, aunque intentes por todos los medios dejar de querer a esa persona, aunque muevas cielo y tierra para conseguirlo, aunque pagues para que te borren la mente, el corazón te sigue latiendo rápido cada vez que ves a esa persona. Y duele también.

Josh no sabía eso. No lo sabía hasta que notó que temblaba cuando ella pasaba por su lado. Caroline tenía el pelo despeinado. Iba casi siempre vestida de negro. Amaba tocar el piano. Le gustaba correr debajo de la lluvia.

Se conocieron de casualidad. Se hicieron amigos. Y se enamoraron.

No era su intención. A veces se sentían malas personas. Discutían por nada. Pero se querían tanto que verse a una distancia de tres metros era suficiente como para entender que lo sentían, y que, si podían, se comerían la boca allí mismo. Qué simple. Qué fácil es todo cuando te impulsas por lo que te dice el corazón. Qué tontería más grande.

Eran tan felices que el mundo no les importaba. No demasiado. Cuando estaban juntos todo era un vaivén de caricias, una feria de besos, una persecución de abrazos. Cuando estaban juntos todo se paraba.

Sonaba Hey Jude y ellos no podían estar más juntos. Sus manos entrelazadas eran la envidia de todo el local, haciendo que miradas curiosas sonrieran al ver a dos personas tan enamoradas. Todos bailando, ellos parados. Mirándose directamente a los ojos, sin pronunciar palabra. Sólo eso. Y de fondo “And anytime you feel the pain, hey jude, refrain, don’t carry the world upon your shoulders.”

Ella le susurró en la oreja y él sintió un escalofrío. Maldita sea, se adoraban. Qué más daba todo cuando lo único que tienes es amor. Qué más da que pase un huracán y lo arrase todo si cuando llega la calma tú estás abrazada a él.

Todo lo bueno tiene un final. Ella tenía que irse de la ciudad. Sus padres se tenían que ir a Boston a cuidar de la abuela de Caroline y ella, por supuesto, tenía que irse con ellos. Y no quería. Lógico, entendible. El corazón mandaba.

Josh no se lo tomó bien.

No hablaron en dos días. A ella se le hicieron eternos.

A él también.

A las 12 de la noche del 17 de agosto Josh fue a la casa de Caroline. Tiró unas cuantas piedras a su ventana y ella salió en seguida. Se reconciliaron con solo mirarse. Ella bajó rápidamente y le miró, se acercó lentamente y juntaron sus labios en un beso lento.

-Voy a irme contigo a Boston –dijo luciendo una sonrisa.

Ella puso una mueca de no entender nada.

-¿Qué? ¿Cómo? Estás loco Josh… -lo abrazó y le empezó a tocar el pelo.
-Me voy contigo. Mi vida eres tú, Carol. Si tu no estás…¿entonces yo para qué valgo?

Odiaban los silencios incómodos.

-Te necesitan aquí –sonrió falsamente- no puedes venirte conmigo.
-Pero es que yo no soy yo si tú no estás aquí.

Ante un momento de pánico ella reaccionó.

-Mañana nos vamos, amor. Te extrañaré de una manera terrible.

Shock del chico. Y ella no se lo había dicho hasta la noche antes. ¿Pretendía irse sin decirle nada? ¿Se iba a mudar sin decirle adiós? ¿Le iba a hacer semejante daño?

-Que si, Carol. Que me voy contigo.
-No puedes venir… -Josh le miró con cara de gato- no quiero que vengas.

Se le quebró un poco el corazón.

-No puedes dejarlo todo por un amor como el nuestro –dijo ella. -Es sincero, eso vale.
-No vamos a derrotar al mundo porque nos queramos. Deberías saberlo ya.
-Nos ha derrotado ya muchas veces. Me voy contigo, que si.
-Josh, que no quiero que vengas. ¿No lo entiendes? Tú ahí no tienes nada, malgastarías tu vida por mí. ¿Y si al llegar ahí cortamos? ¿Cómo vas a volver entonces?
-Volveré. No importa cómo. No lo dejaremos nunca.

Ella sonrió pero se puso triste a la vez.

-Es bonito jugar a esto pero sabemos que no es verdad. Que cualquier cosa que nos une nos separa también. Que esto no va a durar para siempre.

Caroline le dio un beso en la mejilla, le abrazó y subió a su casa. Y entonces él, derrotado, se fue a su casa. Cogió el whisky y se emborrachó. Nunca antes lo había hecho. Maldita sea la primavera en la que se enamoró, en la que sintió la felicidad más absoluta, en la que le partieron el corazón. Maldita sea el día en que probó por última vez sus labios.

La única verdad que recordó al despertarse al día siguiente fue que Boston es para los cobardes.